Deslizó la mano por mi cara y la retiró asombrado.
Me preguntó el por qué.
Como yo no sabía,
respondí que había caído en un charco.
Él me dijo que ya no era tiempo
para algo así.
Me acordé de mi padre,
que nunca tuvo que ejercer su autoridad,
ni impartir normas explícitas,
que nos educó con su alegría natural
y su realidad de hombre,
sin más.
Así era todo en él, fresco y sencillo,
serio sin parecerlo,
como árbol o matorral profundo,
seguro y confortable en su amor.
Miré el prado tras la valla
y me pregunté si allí también habría
que observar condiciones para
coger alguna fruta o pasear viendo
las bellas flores.
No sé si me creyó,
cada lágrima que atravesaba mi rostro,
lenta y pesada como plomo
araba surcos en la superficie sorprendida,
antes intacta,
de una parte de mi alma.
(© Montserrat Montano)